—¡Truco o trato!
—¡Ya vamos! —Frederick corrió hacia la puerta principal de la casa del alfa, su bata blanca de laboratorio ondeaba detrás de él—. Feliz Halloween. —Abrió la puerta y sonrió a los pequeños que estaban amontonados sobre su alfombra.
—¿De qué va disfrazado, alfa? —preguntó la última princesa que había honrado con su presencia la casa de Frederick. La pequeña llevaba un vestido verde.
—¡Es un doctor! —dijo el diminuto zombi—. Ves, tiene uniforme de doctor. —Tiró de la bata de laboratorio de Frederick mientras hablaba.
—¡Billy! —la madre del cachorro corrió apartándolo de inmediato—. No debemos tocar a las personas. —Miró a Frederick sumisamente, manteniendo su cabeza hacia abajo en señal de respeto—. Mis más sinceras disculpas, alfa.
—No hay porqué disculparse. —Frederick le quitó importancia—. Soy un doctor —le dijo a los niños mientras se agachaba para mirarlos a los ojos—. Pero no cualquier doctor.
A través del gran ventanal del frente de la casa, Mitch pudo ver cómo los ojos de los pequeños se abrían con interés. Era su turno. Con un suspiro, se levantó del sofá de la sala, cogió un enorme bol con golosinas y caminó hasta la puerta principal, ralentizando sus pasos a la vez que cojeaba mientras se acercaba.
—¿Qué clase de doctor es alfa?
—Soy el doctor Frankenstein —respondió Frederick—. ¿Saben quién es?
—Frankenstein es un monstruo enorme —dijo una niña pequeña.
Poniendo los ojos en blanco, Mitch comenzó a dar pasos ruidosos para llamar la atención de los niños. Le había dicho a su hermano que los más pequeños no sabrían quién era Frankenstein o que no sabrían lo suficiente como para comprender el concepto del doctor y su monstruo, pero Frederick siempre había sido un apasionado de los libros y un fanático de las películas antiguas, así que había estado seguro de que era la mejor elección para sus disfraces de Halloween.
—Arrr —Mitch caminó hacia los niños con los brazos estirados frente a él.
—Frankenstein es el doctor —explicó Frederick con paciencia. Se hizo a un lado y abrió la puerta de par en par, señalando a Mitch—. Ese es mi monstruo.
Todas las miradas se centraron en Mitch y era difícil determinar quién estaba más asustado, si los niños o sus padres. El traje totalmente negro, la pintura verde en el rostro y los tornillos a ambos lados de su cuello le hacían parecer un monstruo terrorífico ante los cachorros. Sus dos metros de altura y su gigantesco cuerpo de unos ciento diez kg, junto a los negros ojos, la afeitada cabeza, las duras facciones y la reputación de haber descuartizado a los tres hombres que habían servido como betas mientras su hermano asesinaba al anterior alfa, lo convertían en la peor pesadilla de los padres. El hecho de que no hubieran sido ellos los que provocaron la pelea y de que el anterior líder hubiera sometido a la manada a continuos abusos no era suficiente para eliminar por completo sus temores.
Al menos, a los niños, podía calmarlos fácilmente. Mitch articuló el mejor gruñido de monstruo que pudo y les acercó el bol con golosinas, en segundos, fue rodeado por los cachorros disfrazados que se las repartían. Los adultos permanecieron a unos metros de distancia, mostrando fingidas sonrisas en sus rostros. Cuando todos los niños terminaron de meter las golosinas en sus bolsas y fundas de almohadas, se giraron y corrieron, supuso que se dirigían a la siguiente casa.
Uno de los padres les recordó que tenían que dar las gracias y sin detenerse, sus voces agudas gritaron:
—¡Gracias alfa! ¡Gracias Señor Grant!
—Pueden llamarme Mitch —les dijo por enésima vez.
—Eso fue divertido —Frederick cerró la puerta—. Llamaré a Donia antes de que vengan los siguientes niños.
—La llamaste justo después del último grupo y eso fue hace menos de cinco minutos —dijo Mitch inútilmente. Los instintos protectores de su hermano se incrementaban cuando su pareja estaba gestando, Donia estaba en el quinto mes de su segundo embarazo.
—Lucy parecía cansada —dijo Frederick refiriéndose a su hija de tres años—. Sabes que puede ser bastante inquieta y en la condición de Donia podría ser complicado controlarla.
Mitch bufó y negó con la cabeza.
—Te reto a que le digas a tu pareja que no puede controlar a su propia hija.
Sin obviar que Donia era inteligente, capaz y una madre excelente. También era la mujer más grande y fuerte que Mitch había conocido. Con una estatura de metro ochenta, era unos centímetros más baja que Frederick y aunque su cuerpo era mucho más femenino, era tan musculosa como su pareja. Además, era una loba alfa, algo muy raro en las mujeres.
Cuando Kristof, el anterior alfa, se negó a dejar ir de la manada a la mujer de piel negra como el ébano, porque no quería que se uniera al hombre con la piel de color marfil, ella había estado preparada para retarlo. Pero Frederick llegó antes y la emboscada que le tenían preparada fue tan peligrosa que no habría podido sobrevivir solo. Afortunadamente su gemelo había estado a su lado, como siempre. Así que cuando el alfa y sus tres betas lo atacaron, Mitch asesinó a los betas, haciéndose a un lado para que su hermano se deshiciera del alfa. Juntos habían enviado un mensaje fuerte y claro: subestimar a los hermanos Grant era una muy mala idea. Habían heredado la manada en el proceso, una manada en un pueblo de una remota montaña a cientos de millas de distancia de la ciudad más cercana.
—¡Lucy! —dijo Donia—. Deja de subirte sobre tu tío.
Como lo había hecho toda su vida, Frederick habló por él.
—Mitch está recostado en el suelo. Estoy casi seguro de que es una invitación silenciosa para que juegue con él.
Aunque con el tiempo se había ido sintiendo más cómoda con Mitch, Donia todavía desconfiaba de él. Frederick nunca le había prestado atención, ya fuera porque no se había dado cuenta o porque estaba acostumbrado a que la gente siempre guardara la distancia con su hermano, así que no le parecía inusual.
—¿Estás seguro? —preguntó Donia.
—Sí —dijo Frederick—. ¿Cómo están tus pies? ¿Necesitas un masaje?
—Solo estuvimos pidiendo golosinas una hora. Estoy bien —respondió Donia riendo, parecía más complacida que molesta.
—¿Por qué no te los masajeo de todas formas? —Frederick levantó los pies de Donia y los puso sobre sus piernas—. Solo para estar seguros.
—Y nos quedan otros cuatro meses de esto. —Se recostó en el sofá y estiró sus largas piernas—. Te vas a cansar de consentirme tanto.
—Soy tu pareja. Me encanta consentirte.
—¿Sí? —preguntó Donia en voz baja, algo poco característico en ella. Normalmente expresaba fuerza y confianza.
—Sí. —Desde su lugar en el sofá, Frederick pateó la pierna de Mitch—. Díselo Mitch.
La mayoría de hombres lobo tenía parejas destinadas, que anteponían ante todo. Pero los hombres alfas eran únicos. La función principal de un alfa era proteger a la manada. Así que la madre naturaleza solo los bendecía con una pareja si eran lo suficientemente fuertes para liderar a su manada y amar a sus parejas como estas necesitaban.
Además de ser poco frecuentes, las uniones de alfas eran raramente deseadas porque la mayoría simplemente disfrutaban de la atención de los lobos solteros. Los hermanos Grant eran diferentes, ambos habían anhelado una pareja desde su juventud. Mientras crecían, habían encontrado parejas que calentaran sus camas pero no sus corazones, y se angustiaban pensando que al ser alfas no tendrían el amor y afecto que solo una pareja destinada les podía dar. Pero entonces hicieron un viaje para celebrar su cumpleaños número treinta y tres, y en él Frederick conoció a Donia e inmediatamente se dio cuenta de que estaba mirando a su alma gemela. A partir de ese día, sus vidas se transformaron por completo, y cuatro años y medio después, Mitch sabía que Frederick no cambiaría nada de su vida.
Levantando las pequeñas manos de sus ojos, Mitch miró a su cuñada.
—Es cierto. Adora cuidar de ti.
—De acuerdo, en ese caso adelante. —Se acomodó en el sofá con un suspiro—. Masajéame.
Frederick abrió la boca para responder cuando sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Yo también lo huelo —Mitch se sentó, sosteniendo a Lucy para que no se cayera—. Ve con tu madre, cielo.
Levantándose del sofá, Frederick dijo:
—Lleva a Lucy a su habitación y enciérrense.
—¿Por qué? —Donia miró a su alrededor con preocupación—. ¿Qué está ocurriendo?
—Olemos sangre —explicó Frederick—. Ve a resguardarte, nosotros nos haremos cargo.
Fue lo peor que pudo haber dicho, algo que Mitch supo inmediatamente pero Frederick pareció no darse cuenta en su deseo por proteger a su familia.
—Si se necesita lidiar con algo, lo haremos juntos —insistió Donia.
—Cariño, sé razonable —Frederick señaló al vientre de su esposa—. No estás en posición de ayudar.
Donia entrecerró los ojos en advertencia.
Viendo la pelea que estaba a punto de desatarse, Mitch cargó a Lucy y salió de la habitación.
—¿A dónde cree usted que lleva a mi hija? —gritó Donia enfurecida.
—A un lugar seguro —respondió Mitch con simpleza.
No era momento para discutir. Lucy era la hija de su hermano, su familia. Su seguridad era prioritaria. Después de dejarla en un lugar seguro, regresaría por su madre. Podría gritar y patalear si quería, pero Mitch no permitiría que la pareja de Frederick estuviera en peligro. Incluso aunque tuviera que protegerla de sí misma.
—¡Puedo cuidar de mi propia hija! —Donia caminó torpemente hacia él, su embarazo había cambiado su forma de andar.
—La llevarás a la bodega —ordenó Mitch.
—¿Quiere que vayamos a la bodega? —preguntó incrédula.
La pequeña habitación de la cocina se utilizaba para guardar comida, así que era casi imposible ver algo allí dentro. Además tenía una puerta que llevaba al exterior, así que si las cosas salían mal, Donia y Lucy podrían escapar.
—Es más segura —explicó Mitch.
—Debo señalar que mi pareja, el alfa de esta manada, sugirió que fuéramos a la habitación, pero sé que sería una pérdida de tiempo.
—Mitch tiene razón —dijo Frederick.
Donia bufó mientras estiraba los brazos para coger a Lucy.
—La bodega —repitió Mitch mientras le entregaba a la niña. Una vez Donia asintió, reaciamente, se hizo a un lado para que pudiera marcharse de la habitación.
—Cuento cuatro —dijo Frederick—. ¿Tú?
Mitch asintió.
—La sangre no es de ellos.
Levantando la cabeza, Frederick inhaló profundamente.
—Tienes razón. Pero hay algo que me resulta… familiar.
—Sí. —Mitch cerró los ojos y se concentró. En vez de que su cerebro procesara el aroma, este pareció clavarse en su pecho.
Caminaron hacia la puerta sigilosamente, centrando su atención en las personas que se acercaban.
—Son de la manada —dijo Mitch—. Pat, Bryan…
—Paul y Chris —Frederick terminó la lista—. Pero la sangre… —Frunció el ceño—. Huele como… —Miró a Mitch— como tú.
—¿Como yo? —preguntó Mitch confuso.
Antes de que Frederick pudiera explicarlo, alguien tocó a la puerta distrayéndolo. Se dio media vuelta con Mitch detrás de él, y abrió.
—Alfa. —Los cuatro hombres que habían olfateado inclinaron las cabezas a un lado y mostraron sus cuellos con sumisión.
No había nada en su lenguaje corporal que expresara peligro, pero tenían algunos rasguños y sus ropas estaban desaliñadas, lo que indicaba una pelea, así que Mitch permaneció en guardia.
—¿Qué pasó? —preguntó Frederick sin rodeos.
—Hay un hombre lobo en el pueblo. Alguien que no pertenece a la manada.
—¿Solo de paso? —preguntó Frederick.
Negando con la cabeza, Paul respondió:
—A juzgar por el campamento, lleva aquí un par de días.
Instintivamente, Frederick gruñó. Ir de paso por el pueblo era una cosa, acampar era otra completamente diferente. Ningún hombre lobo se quedaría en el territorio de una manada sin presentarse ante el alfa, a menos que quisiera causar problemas.
—¿Podemos pasar? —preguntó Chris—. Hay más información que deben saber.
Dividido, Mitch mantuvo su cuerpo entre los hombres y la casa. Por una parte, eran de su manada y por otra, olían a sangre y Lucy y Donia estaban en la casa. Pero ese aroma… había algo en ese olor. Con un gruñido reacio, Mitch se hizo a un lado.
—Sí. —Siguiendo a su hermano, Frederick abrió la puerta para que pudieran pasar—. Cuéntenme todo lo que sepan, nosotros nos haremos cargo del intruso.
Los hombres se emocionaron, obviamente estaban complacidos por tener información que su alfa consideraba útil. Al entrar, el aroma de la sangre del extraño se hizo más fuerte y sin pensarlo rugió profundamente. Los hombres se alejaron todo lo que pudieron al entrar y fueron hacia la sala.
—La sangre —dijo Frederick articulando los pensamientos de Mitch—. No es suya.
—No —dijo Pat con asco—. Pero no se preocupe, dejamos al omega para que pueda rematarlo.
—¿Omega? —Frederick se enderezó y su tono cambió de receloso a preocupado—. ¿Encontraron una omega herida? ¿Dónde?
Un gruñido se escuchó justo antes de que Donia entrara.
—¡No necesita una omega! Ya tiene una pareja.
—Se supone que no debes estar aquí —dijo Mitch—. ¿Dónde está Lucy?
—Crecí con estos hombres —Donia señaló a los hombres que estaban en la sala—. Cuando me di cuenta de quiénes eran, llevé a Lucy a su dormitorio para que estuviera más cómoda y salí para acompañar a mi pareja. —Caminó con decisión hacia Frederick, sujetó sus hombros y lo besó apasionadamente—. Mío —dijo en voz baja, pero todos pudieron escucharla.
Al buscar parejas sexuales, los lobos alfa generalmente preferían omegas. Aunque no era una ley, en las raras ocasiones en las que los alfas se emparejaban, generalmente lo hacían con omegas. La naturaleza dominante, posesiva y protectora inherente a los alfas se acoplaba bien a la naturaleza sumisa, tranquila y deferente de los omegas.
La pareja de Frederick era completamente opuesta a una omega, pero esta no tenía de qué preocuparse porque Frederick no era el típico alfa. Su madre siempre había bromeado diciendo que Frederick había intercambiado parte de su gen dominante por el del carisma de Mitch. Ambas características eran importantes en un alfa, pero Mitch claramente tenía más de una que de otra.
—Sí —Frederick rodeó la cintura de Donia con un brazo—. Soy tu pareja. —Al medir uno ochenta sus ojos se encontraron fácilmente—. Pero hay una omega herida, Donia.
La mezcla de emociones: celos, protección y preocupación se reflejaron claramente en su rostro. Las mismas características que la motivaban a eliminar a alguien que percibía como una amenaza para su matrimonio eran las que evitaban que le diera la espalda a un lobo necesitado. Especialmente porque Donia tenía empatía con los omegas.
—No te preocupes Donia —respondió Bryan riendo—. Tu pareja no querrá a este omega cerca. Nos hubiéramos desecho de él nosotros mismos, pero creímos que nuestro alfa querría tener el honor.
—¿Él? —preguntó Frederick—. ¿Dijiste él? —Giró su cabeza hacia Mitch, que estaba boquiabierto mientras sentía su corazón acelerarse.
—Sí —asintió Paul—. Un omega macho. —Arrugó la nariz y frunció los labios, como si hubiese probado algo desagradable—. Trató de hacerse el duro, pero el aroma no miente.
Con un par de agigantados pasos, Frederick se puso frente a Paul. Sujetó su muñeca y miró sus uñas.
—¿Esta es su sangre?
—No se quería marchar, así que tuvimos que…
—¿Es esta su sangre? —rugió Frederick, claramente no estaba interesado en sus justificaciones.
—Sí —respondió Paul titubeante—. Es un omega macho, alfa. Son inservibles para una manada. Menos que inservibles.
—¡Deja de hablar! —gritó Mitch. Había algo de ese aroma, algo que lo llamaba. Y saber que se trataba de un omega macho le daba esperanzas para un futuro que había creído imposible. Mitch apretó las manos hasta que sus nudillos tronaron y luego miró a su hermano con ilusión—. ¿Freddy?
Con la mirada fija en Mitch, Frederick levantó la mano de Paul hacia su nariz e inhaló profundamente.
El tiempo pareció detenerse mientras Mitch esperaba la reacción de su hermano.
—Dile a mi hermano donde encontrar al omega —dijo Frederick en voz baja, su mirada seguía fija en Mitch. Asintió casi imperceptiblemente—. Mitch se hará cargo de él.