Justamente cuál es la verdad Excerpt

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Capítulo uno

«No soy gay. No soy gay. No soy gay».

Sé que estás pensando que ese es un cántico extraño para el mantra de un heterosexual. Sin embargo, supongo que, si lo digo una y otra vez, se volverá realidad. Digo, no parezco gay ni nada. Mido cerca del metro noventa y cinco, soy musculoso y tengo espalda ancha. No soy pequeño ni femenino. Soy atlético. Jugué deportes de equipo en el instituto y en la universidad, es más, todavía juego en una liga de béisbol masculina. Tengo una voz ronca y profunda. Nada afeminada. Además, le gusto a las mujeres. Siempre tengo una novia. Siempre.

Entonces, no soy gay, ¿cierto? Debe haber otra explicación lógica por la que estoy en el baño con la mano en mi pene fantaseando sobre el empleado nuevo. Por tercera vez hoy. Y ni siquiera es la hora del almuerzo.

O quizás ser gay no tiene nada que ver con todos esos estereotipos. Quizás ser homosexual significa que sin importar cuánto lo desee, jamás reaccionaré con el corazón-acelerado, cuerpo-sudoroso, respiración-entrecortada y pene-erecto por una mujer como lo hago con Micah Trains cada vez que pasa sus dedos por su cabello castaño corto.

«Mierda. Mierda. Mierda. Quizás sí soy gay».

—Ben, ¿estás ahí?

Rápidamente me metí el pene entre los pantalones.

—Sí. Salgo en un segundo.

Mi voz parecía agitada y me pregunté si resultaría obvio para alguien además de mí. Mis manos aún temblaban para cuando llegué al lavabo y abrí el grifo. Lo sé, lo sé. Es patético.

«De acuerdo, deja de actuar como un adolescente al que su mamá acaba de atrapar masturbándose. Nadie sabe lo que estabas haciendo. Y aunque sospecharan, no saben en quién pensabas, así que cálmate y actúa natural».

Mas sabía que no era normal charlar conmigo mismo y tratar de animarme en el baño mientras mi compañero de trabajo estaba del otro lado de la puerta esperándome. También estaba consciente de que no era normal pensar en el nuevo abogado de la oficina. Tenía que detenerme. Las fantasías, los sueños húmedos, la imaginación. De acuerdo, las tres cosas eran lo mismo, pero el punto es que debía detenerme.

Saqué unas cuantas toallas de papel del dispensador y me sequé las manos lentamente. Cuando estaba seguro de que mis pantalones no me delataban, con toda evidencia de mi previa excitación oculta, caminé a la puerta. Tucker Jones, uno de los compañeros de mi departamento me esperaba, instintivamente aparté la mirada y seguí de largo.

—¿Qué pasa, Tucker? ¿Necesitas algo?

Lo escuché suspirar detrás de mí y sabía que había notado que no lo miré a los ojos. Otra vez. Me percaté de que el hombre posiblemente pensaba que estaba loco porque siempre actuaba tímido con él, pero no veía ninguna alternativa. Estaba preocupado de que, si decía algo o lo conocía bien, lo descubriría.

Verás, Tucker es gay. Y mi hermano, Noah, dice que puede saber si otros hombres son gais. Mi hermano que es más alto, fuerte, atlético, maldición, más masculino que yo, es más marica que cualquiera y no le importa gritarlo a los cuatro vientos. Es más, se toma de la mano con mi viejo compañero de habitación, aunque todos puedan verlo.

Qué gracioso. No había pensado en Clark como mi compañero de habitación en un largo tiempo. No desde que empecé a pasar tiempo con él y Noah después de estar años separados. El verlos como una pareja había cambiado el estatus de Clark en mi mente, de ser mi viejo amigo a ser el novio de mi hermano. ¿O se dirá su pareja?

Como sea que se dijeran, no había duda de lo que significaban el uno para el otro. Solo necesitabas darte cuenta de cómo se miraban y se cuidaban entre sí, que hasta un hombre ciego podría ver que estaban enamorados. Diez años. Ese era el tiempo que Noah y Clark llevaban juntos. Más, si cuentas los años que pasaron como amigos, haciendo tiempo en lo que Noah terminaba el instituto.

Y había pasado esos mismos años preguntándome por qué no podía suprimir el deseo de ver a Clark desnudo, de tocarlo, de saborearlo. Sin importar con cuántas mujeres saliera o durmiera en mi vida, jamás podía suprimir esa necesidad. Nada funcionaba. Bueno, hasta que empecé a pasar tiempo con él y mi hermano. Tan pronto como lo hice, me di cuenta de que él y Noah eran el uno para el otro. No tenía ninguna oportunidad, y maldición, ni siquiera la quería. ¿Quién querría interponerse entre ese tipo de conexión?

Así que las fantasías de desnudos de Clark se detuvieron y pensé que quizás estaría bien. Talvez finalmente sería capaz de hacer algo con una mujer que durara más que, como Noah lo había dicho elocuentemente alguna vez, un tubo de dentífrico. (Entre tú y yo, esa fue una descripción generosa, porque mi tubo de Crest ha estado conmigo más que cualquier novia, incluso contando cuando enrollas el tubo a su máxima capacidad para sacar lo último de la pasta).

Fue entonces cuando Micah Trains entró en la oficina, con esa nítida camisa blanca, una corbata de rayas azules y rojas, pantalones chinos planchados y una chaqueta azul marino, y estaba perdido. Completa y totalmente perdido. Mis viejas fantasías de Clark no eran nada en comparación de lo que Micah inspiraba en mi mente. Por tanto, me urgían las ridículamente frecuentes sesiones de masturbación que apenas controlaban mi necesidad.

Como sea, el punto es que Tucker Jones, el compañero que había estado esperando por mí afuera del baño, era gay y supuse que sería capaz de hacer lo mismo que Noah con su detector de gais y me descubriría. Digo, probablemente no, porque actuaba perfectamente normal. Mas no sentía la necesidad de tentar al destino, así que me proponía evadirlo tanto como me fuera posible.

—Tengo una llamada programada con un nuevo cliente en unos minutos. —Tucker parecía frustrado—. Randy dijo que estaría conmigo, pero su reunión se retrasó y no podrá participar. —Tucker me siguió a mi oficina. Me senté en el escritorio y acomodé algunos papeles fingiendo que tenía algo que hacer, mientras él movía ansiosamente los pies. Pude darme cuenta de ello, porque no permití que mis ojos subieran más allá de sus rodillas. No dije nada, así que siguió hablando—. Lo haría solo, pero es un cliente importante y un negocio bastante complicado, me sentiría mucho más cómodo si uno de los socios estuviera involucrado. ¿Puedes hacerlo? No debería tomar mucho tiempo y puedes cobrar por la asesoría.

No vi la forma de salirme del asunto, así que me forcé a levantar la mirada, asentir y verlo a la cara.

—Sí. Estaré feliz de ayudar en la llamada. ¿Deberíamos hacerlo en tu oficina o en la mía?

Me sonrojé tan pronto como esas palabras dejaron mi boca. ¿Acaso parecía que le estaba haciendo una propuesta? No era mi intención. Digo, Tucker Jones era un tipo atractivo, pero tenía una relación formal con su novio, además no era mi tipo. Prefería a alguien mayor que yo, no, digo menor. Alguien con mucha confianza y una buena presencia. Alguien un poco rudo. Alguien como… las mujeres. Prefería a las mujeres.

Sí, claro. ¿Te lo creíste? Porque se me estaba haciendo cada vez más difícil convencerme a mí mismo de que eso podría ser verdad.

Trabajé hasta tarde el viernes, no porque hubiera algo urgente que tenía que terminar, más bien no tenía nada que hacer. Mi novia trató de invitarme a una cena en casa de sus amigos, pero la había rechazado amablemente. Fue una semana muy larga y lo último que quería era el estrés de estar «encendido» toda la noche.

Decidí ir por una soda y luego finalizar los detalles de un contrato de compraventa. Mientras caminaba por el pasillo, mi mente estaba completamente enfocada en las cláusulas de indemnización y si el arbitraje obligatorio tenía sentido en el contexto de ese contrato en particular. (Mira, jamás dije ser una persona interesante. Soy un abogado mercantilista. No es exactamente algo emocionante, pero paga las cuentas). Como sea, cuando llegué a la cocina y vi al hombre sentado ahí, todo pensamiento relacionado con el trabajo salió de mi cabeza y mi sangre descendió al sur.

Micah Trains estaba apoyándose contra la encimera frente al microondas leyendo un documento. Su nariz era más grande de lo normal y un poco torcida, como si se la hubiera roto una o dos veces. Su cabello corto tenía un pico de viuda al frente, probablemente porque tenía entradas, y barba cubría la mayor parte de su rostro. Su chaqueta y corbata habían desaparecido, su camisa estaba arrugada y enrollada en los codos, había líneas de expresión en las comisuras de sus ojos azules porque estaba forzando la vista por la poca luz, pero ahí estaba. Micah Trains era extremadamente sensual.

No me di cuenta de que me había quedado inmóvil hasta que separó la vista de los papeles en su mano y dirigió su mirada azul a mí. Después de eso, enfoqué toda mi concentración en permanecer de pie. Sentí como si mis rodillas estuvieran cediendo y estaba mareado.

¿Qué carajos me pasaba? Quizás me iba a enfermar de algo, como de un resfriado o influenza. «U homosexualidad reprimida». Podía escuchar la voz de mi hermano en mi cabeza, con su tono sarcástico y todo, pero la eché. No podía ser gay, devastaría por completo a mis padres. Un hijo gay ya era suficientemente malo, ¿pero dos? Bueno, mejor empezaba a llamar a las funerarias para ver si podíamos tener un descuento grupal, porque los mataría a ambos.

Micah se aclaró la garganta y lamió sus labios. Era algo inocente, una acción inconsciente de su parte, pero no pude quitar los ojos de su boca. ¿Cómo se sentiría que esa lengua lamiera mis labios? Esperaba que el sonido del microondas fuera lo suficientemente fuerte como para disimular el gruñido involuntario que escapó de mis labios.

—Ben Forman, ¿cierto? —preguntó Micah mientras caminaba con su mano estirada hacia mí. No pude mover ni un músculo—. Nos conocimos el mes pasado cuando vine a entrevistarme con todos los socios, pero creo que Randy Desai monopolizó esa reunión en particular, así que no pudimos hablar mucho. Tenía la intención de ir a saludarte y presentarme más apropiadamente, pero entre los casos que he tenido que trasladar, el tiempo que me ha tomado conocer el sistema y prepararme para el juicio que empezará en un par de meses, he estado ocupadísimo. Así que me ha tomado un poco más de lo que esperaba hacerlo.

Escuché sus palabras. Las comprendí incluso. No obstante, no pude hacer que mi boca se moviera para responder. Las piernas de Micah estaba estevadas. No me había dado cuenta de eso antes, posiblemente porque había estado sentado o de pie cada vez que lo miraba, pero ahora estaba obsesionado con la forma en que caminaba. Maldición, eso era más sexy.

Suspiré internamente. Había llegado al punto en el que me parecía que la forma en la que un hombre caminaba era atractiva. Necesitaba ayuda.

Afortunadamente, mi lucha interna me hizo reaccionar del estupor producido por Micah y logré estrechar su mano sin caerme o babear. Me había graduado con la Orden de la Coif y obtenido un reconocimiento summa cum laude de una de las diez mejores universidades de derecho, y estaba felicitándome por haber logrado controlar mis funciones corporales básicas. Genial.

—Hola, Micah. Es un gusto volver a verte. ¿Te estás adaptando bien?

Tres frases y las dije sin tartamudear. Bueno, al menos no fueron tan malas. Estaba seguro de que Micah no lo había notado.

El microondas sonó.

Sonreí.

Micah levantó una ceja, una de las comisuras de su boca se elevó y formó una sonrisa que le dio un vuelco a mi estómago.

—Necesito que me devuelvas mi mano para que pueda sacar las palomitas de maíz del microondas.

—Oh, eh, sí. Lo siento.

Solté su mano y caminé hacia la nevera, manteniendo mi rostro dentro mientras disimulaba encontrar una soda, pero en realidad esperaba dejar de ruborizarme. ¿Había sostenido su mano demasiado tiempo? No lo creía, pero todo parecía un poco borroso y como que se movía en cámara lenta.

—¿Te paso una soda, Micah?

Bien. Eso parecía bien. Voz tranquila, sin temblar, una frase completa. Sí, sé que estás impactado.

—Eso sería genial, gracias.

Saqué las bebidas de la nevera y regresé con él, me sentía un poco más en control de mi cuerpo y emociones. Micah, estaba en la mesa, comiendo palomitas y anotando algo en el documento que leía. Sería grosero no sentarme y hablar con él un rato. Era nuevo en el bufete y uno de mis socios ahora. Debería hacer el esfuerzo por conocerlo.

No sabía por qué sentía la necesidad de justificarme mi propio comportamiento. No había nada inusual en tomar un descanso con otro abogado. Por supuesto, había algo definitivamente inusual sobre cómo reaccionaba con Micah Trains. De acuerdo, bien, quizás sí sabía la razón por las justificaciones internas.

—Cuéntame de ti, Ben. Sé que estás en el departamento transaccional, que recientemente te convertiste en socio y que el azul es tu color favorito, pero eso es todo.

Me quedé boquiabierto.

—¿Cómo sabes mi color favorito?

—Porque te he visto por la oficina y he notado que el setenta por ciento de tus camisas son de algún tono de azul o alguna variación, como de rayas o cuadros.

—Eres extremadamente observador —dije.

Se encogió de hombros.

—Puedo serlo cuando importa.

Me pasó las palomitas. Luego abrió su soda, inclinó la cabeza estirando ese largo cuello y bebió. Miré su garganta moverse mientras sorbía su bebida.

Lo deseaba. No lo podía negar. Mi cuerpo entero estaba vibrando de deseo.

¿Por qué no podía sentir eso por una mujer? Temía las noches en las que no me podía inventar una excusa decente y tenía que ir a la cama con la mujer con la que estuviera saliendo en ese momento. Me estaba haciendo mayor y me era más y más difícil poder fingir interés. Me estaba hastiando.

Quizás necesitaba tomarme un tiempo y dejar de tener citas. Nadie pensaría nada si estaba soltero unos meses. No era una alarma ni nada. Muchos hombres pasaban meses sin tener una novia.

Una palomita aterrizó en mi frente y me tomó por sorpresa.

—Tierra a Ben —Micah sonreía como un lunático.

—¿Me acabas de lanzar una palomita? —intenté no reír.

La broma fue incongruente con la reputación del desalmado Micah Trains. El hombre se supone que era un estratega brillante e imparable en los juzgados. Y míralo bromear como adolescente.

—Oye, tenía que hacer algo para llamar tu atención.

Oh, tenía mi atención. Ese no era el problema. El problema era lo mucho que mi atención estaba fija en el hombre. Había que darle énfasis a la palabra «hombre» en dicha frase.

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