Concédenos una vida larga. Una vida de paz. Una vida de bienestar. Una vida de santidad y sustento. Una vida saludable y de piedad. Una vida libre de vergüenza y desgracia. Una vida marcada por el amor a la Torá. Una vida en la que los deseos de bondad de nuestros corazones sean cumplidos.
Judith y Tobias Roberts y Lawrence y Natalie Hines los invitan a compartir la unión de sus hijos Lauren y Gregg, el domingo 17 de junio del 2001 al mediodía.
Seth Cohen
Veintisiete. Esa edad tenía cuando nos conocimos. Bueno, esa era mi edad cuando vernos significó algo. No. Esa era mi edad cuando vernos significó algo para mí. No importa. Eso se aclarará.
El punto es que, en ese momento de mi vida, pensé que era hetero. Típico, cuando dices que creías que eras hetero hasta que [ingresa-el-evento], la primera pregunta es: «¿Qué edad tenías cuando [ingresa-el-evento] pasó?» seguida de «¿Cómo es que no supiste que eras gay antes de eso?». Es una pregunta lógica, porque creo que la mayoría de gente homosexual lo sabe antes de estar cerca de los treinta. Pero para mí, Eli Block fue el primer hombre en capturar mi atención. No el primero en llamarla, aclaro, sino el primero en capturarla y aferrarla. Habiendo dicho eso, las mujeres tampoco capturaron mi atención mucho tiempo.
Tenía hormonas como cualquier otro, y analizándolo, había estado siguiendo con la mirada a algunos hombres, aunque también me pasaba con las mujeres, así que asumí que eso era normal, que no significaba nada. Bueno, eso hubiese asumido si me hubiera detenido a analizarlo, cosa que no hice. Las relaciones románticas no encabezaban mi lista de prioridades, lo que significa que ni siquiera estaban. Toda mi atención en aquel entonces estaba fija en mis estudios y en el templo.
Tuve novias, una en el instituto, una en la universidad y una durante los dos años que pasé en Israel como parte de mi capacitación para ser rabino, y aunque cada una de esas relaciones duraron varios años, ninguna de ellas fue seria. Al menos no si serio se define como un sentimiento que permanece en tu cabeza y pecho, aunque el recipiente de ese sentimiento no esté mirándote a la cara en ese momento.
Así que era un chico serio que jamás se había enamorado seriamente de nadie. Y luego Eli apareció.
Llevaba una patineta.
Su cabello era demasiado largo.
Sus vaqueros demasiado ajustados.
No llevaba camisa.
Era el hijo de mi jefe.
Era demasiado joven.
Y era un hombre.
Así que ignoré lo obvio. Bueno, traté de ignorarlo. Como resultado, obviar algo que tenga que ver con Eli Block era imposible. Al menos para mí. Sin embargo, me tomó un buen rato entender exactamente lo que mis sentimientos por él significaban y lo extraños que eran, y su importancia.
***
—Rabino Block, quiero agradecerle de nuevo por darme esta oportunidad —dije mientras extendía la mano—. Realmente me alegra unirme a su congregación y capacitarme a su lado.
Estrechó mi mano y me dio unas palmadas en el hombro antes de guiarme a la sala.
—Ahora somos colegas, Seth. Puedes llamarme Avi. Y entre aprender de tu padre y graduarte como primer lugar de tu clase de HUC, dudo que necesites mucha capacitación.
Siguiendo los pasos de mi padre y de mi hermano mayor, Jed, asistí a la Universidad de Unión Hebrea (HUC por sus siglas en inglés) y me convertí en un rabino. Aunque los dos vivían en California, la comunidad era lo suficientemente pequeña como para que Avi conociera muy bien a mi padre e incluso también se había reunido con mi hermano varias veces, aunque Jed solo hubiera estado como rabino principal unos cinco años.
—No olvides su trabajo con los jóvenes —dijo la esposa del rabino mientras se acercaba—. Los de Campamento Ahava se sintieron terribles cuando estuviste demasiado ocupado para seguir trabajando para ellos.
Agaché la cabeza y sentí que mis mejillas se enrojecieron.
—Hola, señora Block. Es un gusto volver a verla.
—Puedes llamarme Meredith, Seth. —Besó mi mejilla y luego limpió lo que asumo fue la marca de su lápiz labial—. Siéntate. —Inclinó su cabeza hacia el sofá.
Me senté en uno de los cojines y Meredith se sentó a mi lado mientras Avi se acomodaba en un sillón frente a nosotros.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó Meredith.
—Está bien. Quería que la saludara de su parte.
—La llamaré más tarde —dijo inclinando la cabeza—. Le diré que te ves bien y me aseguraré de decirle que has llegado sin ninguna novedad.
La llamada telefónica no era necesaria. No porque fuera un adulto y no hubiese vivido con mis padres desde que tenía dieciocho, sino porque hablaba con mi madre casi a diario. Un año durante mis finales, había estado demasiado ocupado para regresar sus llamadas casi una semana. Cuando finalmente llamé, me respondió el teléfono con un «Estoy muerta». Jamás volví a tardarme tanto en contactarla. No valía la pena el chantaje emocional.
—Gracias, señora Blo… —Arqueó una ceja y cambié a media palabra—. Meredith.
Me dio unas palmadas en el hombro.
—¿Qué tienes pensado para el primer día de Seth? —le preguntó a su esposo.
—Hablaremos un poco ahora y mañana…
—¡Mamá! —Meredith se puso de pie y Avi se giró a la puerta—. ¡Mamá!
—Estoy aquí, Eli —dijo Meredith.
Pasos fuertes se escucharon junto con un:
—¿Qué hay de cenar? Muero del ham…
Las palabras se detuvieron justo en el momento en el que Eli Block apareció en la esquina. Se detuvo de inmediato. Literalmente. Sus zapatos rechinaron en el piso de madera. Llevaba una patineta en su mano derecha y somató la izquierda contra la pared, probablemente para sostenerse.
Su cabello caía sobre su rostro y noté que era castaño, como el mío. La diferencia era que mi cabello era rizado y el suyo liso. Cuando movió su mano izquierda a su frente y pasó a un lado la cortina de cabello, noté otra diferencia: sus ojos eran verdes (al contrario de los míos que eran los típicos cafés) y eran enormes. Contuve la respiración un momento y tuve que recordarme que debía respirar.
—Seth —jadeó, su voz era sorprendentemente ronca para alguien que parecía tan joven. No era su altura, era quizás unos centímetros más bajo que mi metro setenta y cinco, pero era delgado con torso lampiño (que podía ver porque no traía camisa puesta) y piernas delgadas (que pude notar porque sus pantalones eran extremadamente ajustados), pero, sobre todo, era su rostro: esos enormes ojos, mejillas sonrojadas y piel perfectamente suave que parecía porcelana.
Hermoso. Ese fue el pensamiento que llegó a mi mente. Fue tan repentino y tan fuerte que no pude evitar que echara raíz. Así que me moví incómodo en mi asiento y moví la vista para todos lados, preguntándome si Avi y Meredith podrían percatarse de los pensamientos lujuriosos que tenía sobre su hijo.
—Eli —dijo Meredith, alargando un brazo hacia él—. Recuerdas a Seth Cohen del Campamento Ahava, ¿verdad?
La mirada de Eli quedó pegada a mí. Sin mirar a su madre dijo:
—¿Qué si lo recuerdo? —Dejó que su patineta cayera al suelo—. Aún sueño con él.
Me quedé boquiabierto y sentí que palidecí. Moví la cabeza hacia Avi esperando ver enojo o asombro, pero tenía su agenda electrónica en la mano y estaba tecleando algo.
—Eli —suspiró Meredith—. Por favor, no avergüences a Seth. Acaba de llegar.
—No lo estoy avergonzando —dijo mientras marchaba hacia mí—. Avergonzarlo sería decirle qué clase de sueños son.
De repente sentí que me estaba ahogando con nada. Un sonido extraño dejó mi cuerpo y luché por respirar.
—¡Eli! —espetó Meredith en advertencia. Era impresionante, de hecho, como podía decir su nombre y hacerlo sonar de distintas maneras.
—¿Qué, mamá? —La miró sobre su hombro, pero no dejó de avanzar hacia mí—. No dije que fueran sueños húmedos. —Se giró y me vio a los ojos—. Aunque lo sean.
Comencé a toser. Digo, del tipo de tos en la que parece que vas a expulsar un pulmón. Mi cabeza daba vueltas tratando de procesar todo lo que ocurría, me incliné para tratar de recuperar el aliento.
—No… nosotros no… —No pude conseguir suficiente oxígeno en mi cerebro para completar ese pensamiento o decir las palabras. Tenía una vaga idea de Eli Block de niño en el campamento de verano donde solía trabajar. Eso había sido hacía cinco años y no recordaba ninguna interacción significativa con él, mucho menos algo que pudo haber llevado a que tuviera sueños.
—¡Eli! —espetó Avi, finalmente levantando la mirada de su dispositivo—. No puedes molestar a Seth de esta manera. Vino a trabajar, no a lidiar con tu enamoramiento de niño. Ya tienes dieciocho. Empieza a comportarte como adulto. —Me miró—. Por favor, ignóralo, Seth. Es hijo único, así que lo hemos consentido demasiado y ahora… —Sacudió la cabeza y suspiró. Luego dobló los antebrazos sobre sus rodillas y enfocó su atención en mí—. Mañana tenemos una boda de dos miembros de nuestra congregación. La oficiaré y puedes conocer a algunos de nuestros feligreses. La novia es…
Era imposible concentrarse en las palabras de Avi. Para empezar, estaba confundido por los comentarios tan desvergonzados de Eli y la falta de reacción de sus padres. También, finalmente había llegado a donde yo estaba y se acomodó justo a mi lado en el sofá. Y a lo que me refiero es a que yo estaba atrapado entre el brazo del sillón y su cuerpo. Tenía una pierna acomodada debajo de su trasero y su muslo pegado al mío, estaba girado para mirarme. Estaba tan cerca que podía olerlo, un poco sudoroso, pero no me resultaba ofensivo. Puse mis manos en mis muslos para ocultar lo poco ofensivo que me parecía.
—Tengo fotografías tuyas —dijo en voz baja. Cuando no respondí, continuó—: Te saqué fotografías en cada oportunidad que tenía, pero nunca resultaron bien.
—Eli, ven a ayudarme en la cocina —dijo Meredith.
La ignoró y luego se acercó más a mí.
—Eres mucho más sexy de lo que eras en aquel entonces —dijo con añoranza y suspiró fuertemente.
Debió notar que estaba petrificado porque Avi frunció el ceño, estiró un brazo y señaló a la cocina:
—¡Vete!
—Pero…
—Eli Solomon Block, te lo advierto, si asustas a Seth después de que la congregación pasó el último año convenciéndolo para que viniera aquí, vivirás para arrepentirte. ¿Está claro? —Eli murmuró algo ininteligible—. Ve a ayudar a tu madre ahora en la cocina, toma una ducha o golpéate la cabeza contra la pared, pero lo que sea que hagas, aléjate de Seth. Lo estás haciendo sentir incómodo.
—Te veré en la cena —dijo Eli en lo que parecía ser un intento por parecer seductor. No resultó sexy, pero fue lindo, dulce y divertido que lo intentara, lo que en muchas maneras era la técnica más efectiva de seducción. Puso su mano en mi rodilla, me apretó, la deslizó por mi muslo y luego…
—¡Eli! —rugió Avi.
—Me iré a duchar —dijo Eli apresurado mientras se ponía de pie. Movió sus manos hacia los botones de su pantalón, me miró, se lamió los labios y comenzó a abrírselos.
Volví a mirar a Avi con pánico.
—¿Perdiste la razón? —le gritó a su hijo—. Además de lo ridículo que te miras y lo mucho que estás incomodando a Seth, ¡estoy sentado aquí enfrente!
Eli lo miró con enojo, me lanzó una sonrisa pícara y me guiñó el ojo antes de contonear sus caderas exageradamente mientras se marchaba.
Avi sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro cuando Eli se marchó. Aún estaba entumecido por la sorpresa, el temor, o por las dos cosas, así que no pude hablar.
—Lamento eso, Seth —dijo Avi—. Recuerdas cómo era cuando tenías dieciocho. Eli está lleno de hormonas ahora, y su sentido común es inexistente, nos está volviendo locos a su madre y a mí. Aparentemente empezó a admirarte en el campamento de verano, lo que ha hecho que te mencione casi a diario desde que le dije que serías nuestro nuevo rabino asociado.
—Yo no… yo no… —respiré profundamente y me sequé las manos sudorosas con los pantalones—. Apenas si lo recuerdo.
Avi se encogió de hombros.
—Sí, bueno, lo impresionaste sin querer. Era joven y hormonal… —sacudió la cabeza—. Presiento un tema en común. —Se frotó los ojos—. Oh, bueno, podría ser peor. Supongo que, si mi hijo se iba a enamorar de alguien, prefiero que sea de un hombre como tú que de un motociclista tatuado y perforado —pausó y me miró con aprecio—. No tienes tatuajes ni perforaciones, ¿verdad?
¿Esa era su preocupación? El que su hijo estuviera enamorado de un hombre no le molestaba. Los comentarios sexuales de su adolescente no le molestaban. ¿Mas los tatuajes y perforaciones sí?
Eso último me pareció gracioso, porque esas cosas también me molestaban, así que me reí. Avi levantó las cejas y me miró con sospecha. Me aclaré la garganta y la sonrisa se borró de mi rostro.
—No, señor. No tengo tatuajes ni perforaciones. Y si alguna vez compro una motocicleta, mi madre seguramente aparecería de la nada y me haría arrepentirme del día en que nací. Después de su parto de veintidós horas, sin drogas, durante el verano, con el aire acondicionado del hospital descompuesto y sábanas ásperas.
Avi rio.
—Bueno saberlo.
—¿Eso…? —me lamí los labios—. ¿Eso le molesta? —Moví mis ojos en dirección a donde Eli se había marchado.
Avi entrecerró los ojos peligrosamente.
—¿Qué cosa me molesta? —preguntó. Antes de que pudiera responder, añadió—: Cada humano fue hecho a imagen de Dios y Él no se equivoca —pausó—. ¿Correcto?
Moví la cabeza de arriba abajo.
—Sí, por supuesto. No es eso a lo que me refiero. Es solo que Eli era bastante… bastante…
Avi suspiró.
—Eli tiene dieciocho. Piensa con la cabeza errónea el noventa por ciento de las veces, pero su sexualidad es parte de su ser y no quiero que mi hijo esté sin eso. Se calmará en unos años. —Me miró y me dio la oportunidad de responder, pero no tenía nada que decir—. De acuerdo, hablemos de la boda de mañana antes de que Eli regrese solo con la toalla puesta y luego la deje caer accidentalmente.
Esperaba que no notara que me había tragado la lengua.
***
Había tenido empleos desde el instituto, como consejero en el campamento de verano, como líder juvenil, como mensajero, pero ser el rabino asociado del Templo Beth Shalom fue mi primer puesto en la carrera que esperaba tener el resto de mi vida, así que estaba nervioso. Decidí que trabajar arduamente era la mejor manera de dejar una buena impresión en los feligreses para que no se arrepintieran de haberme contratado. Renté un diminuto apartamento de una habitación cerca del trabajo, pero casi nunca pasaba tiempo ahí. Solo caía sobre la cama, me despertaba, duchaba y regresaba a trabajar.
Era nuevo en Ciudad Emile así que además de otro hombre en mi grupo juvenil de L.A. que se mudó para acá, no conocía a nadie. Y Micah Trains, mi viejo amigo, era un adicto al trabajo que apenas se tomaba un minuto para respirar, mucho menos para socializar. Como no tenía nada más que hacer, era fácil pasar todo mi tiempo en el templo. Además, me encantaba mi trabajo.
—Llegas tarde.
Sorprendido por la inesperada voz, salté de mi asiento y giré la cabeza en dirección a la puerta, tratando de que mis ojos cansados se enfocaran.
—Eli —dije nerviosamente. Llevaba puesto otro par de vaqueros ajustados, negros esta vez, y una camiseta roja que se aferraba a su delgado torso y mostraba los músculos delgados de sus brazos. Estaba pasando mis ojos por todo su cuerpo antes de que me diera cuenta de lo que hacía. Cuando me percaté, me eché hacia atrás hasta estar casi contra la pared—. ¿Qué haces aquí? —Miré el reloj en mi escritorio. Eran después de las diez—. ¿No deberías estar en la cama?
—¿Es una oferta? —preguntó mientras se inclinaba contra el umbral de la puerta y sacaba la cadera.
Y de nuevo me tenía sin saber qué decir. No sabía cómo reaccionar con él. O, mejor dicho, no entendía mi reacción.
—No… yo eh…
Caminó hacia la silla vacía frente a mi escritorio y se sentó, su postura parecía relajada, tenía las piernas abiertas y puso sus manos en sus caderas con los dedos hacia su entrepierna atrayendo mi atención a un lugar donde jamás debió haber ido.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo.
Nada bueno podía salir de algo que me quisiera preguntar, así que ignoré su pregunta y dije:
—Es muy tarde. ¿Tus padres saben que estás aquí?
Frunció el ceño, se cruzó de brazos y arrugó la frente.
—No es tan tarde. Además, no necesito decirles a mis padres donde estoy cada segundo. Soy un adulto.
—Los adultos casi nunca le tienen que decir a las personas que son adultos —señalé.
Frunció los labios fastidiado, causando que el inferior saliera. Era rojo y carnoso y quería succionarlo. Apreté los ojos para desvanecer por completo el pensamiento inapropiado.
—Estoy aquí porque quiero hacerte una pregunta, pero cuando intento hablarte durante el día, siempre estás rodeado de un millón de personas o vas corriendo a alguna reunión.
Inmediatamente me sentí culpable. Había visto a Eli varias veces el último par de semanas y siempre estaba tratando de llamar mi atención, pero me había ocultado detrás de quien estuviera cerca o en mis otras muchas responsabilidades, para evitarlo. Si la razón de mi comportamiento hubiera sido por sus coqueteos inapropiados, tendría una buena excusa. Pero en el fondo, sabía que mi incomodidad surgía de mi reacción hacia Eli y no a algo que él dijera o hiciera. Eso no era justo para él.
Respiré profundamente, me senté y dije:
—¿En qué puedo ayudarte?
Las palabras apenas habían salido de mi boca cuando dijo:
—No eres hetero, ¿cierto? Digo, eso es lo que decían en el campamento, que tenías novia, pero sabía que estaban equivocados. O si no lo estaban, eso fue hace mucho tiempo y no lo eres, ¿cierto? Sé que no lo eres. ¿Cierto?
Mi instinto fue decirle que en verdad era hetero. Pero me preguntó con tanta desesperación en la voz y esperanza en su mirada que mi instinto fue de tomarlo entre mis brazos y sentir su cuerpo delgado contra el mío, inhalar su aroma y saborear su piel. Y no había nada hetero con eso. Estaba confundido por mis propios sentimientos, sin duda alguna. No obstante, sin importar qué era lo que sentía, nada podía pasar entre nosotros y eso era lo que necesitaba dejarle claro.
—Eli, mi vida amorosa no es un tema de conversación apropiado —dije mientras trataba de sonar estricto.
—Oh, vamos. —Rodó los ojos—. Deja de actuar como si fueras un anciano. Prácticamente tenemos la misma edad.
—No tenemos la misma edad. Soy nueve años mayor que tú. —Había hecho cuentas una y otra vez esperando tener una respuesta diferente—. Y trabajo para tu padre. Las, eh, insinuaciones y las preguntas personales son inapropiadas y necesitan detenerse.
Se dejó caer en su silla y sus brazos se acomodaron sin energía a sus costados, no dijo nada de inmediato, así que pensé que había dejado mi punto claro y que me dejaría descansar de sus miradas seductoras y poses. Pero cuando levantó la mirada, me vio fijamente y dijo:
—No.
—¿No? —no había esperado esa respuesta.
—Sí —dijo—, digo sí, dije no.
En ese punto ya me sentía confundido.
—Tienes dieciocho. Tengo veintisiete. Esa es una diferencia de nueve años. No puedes discutir los números.
—No estoy discutiendo tus números —dijo, como si de alguna manera había creado los números o la forma de hacer operaciones matemáticas.
—No son mis números —le dije—. ¡Es matemática!
—Como sea —rodó los ojos—. No hablo de los números.
Había perdido por completo el control de la conversación. De hecho, no estaba seguro de haberlo tenido en algún momento.
—¿De qué estás hablando? —pregunté.
—A lo que me refiero es a que mis sentimientos no son inapropiados, o como digas que sea. —Se sentó erguido y de nuevo cruzó los brazos sobre su pecho—. Mis padres me enseñaron que los sentimientos son naturales, saludables y normales y nada de lo que tengas que avergonzarte. —Apretó los labios y pude ver la frustración reflejada en su rostro—. Le puedes preguntar a mi padre si no me crees.
Y con ese comentario eliminó cualquier oportunidad que tenía de convencerme de que tener dieciocho era edad suficiente para salir, sin contar con los otros impedimentos. Cualquiera que todavía usara a sus padres para confirmar las verdades de la vida era más niño que adulto. Sin importar lo maduro que fuera su cuerpo.
—No digo que haya algo malo contigo o que debas sentirte avergonzado —le aseguré, tratando de ser amable.
—¡Pero dijiste que era… era inapropiado!
Se mordisqueó el labio, parpadeó rápidamente y contuvo el llanto. Lastimar sus sentimientos era lo último que quería hacer, pero no había forma de darle lo que quisiera.
—Es inapropiado por mi papel aquí, porque trabajo para tu padre, porque eres demasiado joven para mí, porque tus amigos del campamento tenían razón cuando dijeron que tenía novia, pero, sobre todo —respiré profundamente—, es inapropiado porque te dije que no me interesa.
Su expresión cambió de triste a enojada a decidida en un parpadeo.
—Si no eres tú, será otro.
—¿A qué te refieres?
—Iré a la universidad dentro de un mes. No seré virgen para siempre.
—Yo no… yo… ¿qué? —Esta conversación estaba fuera de mi comprensión.
—Digo que lo haré de todas formas, así que no hay ningún motivo para que seas honorable y me alejes.
Y esta era otra razón por la que no tendría ninguna relación con él, pero no dije eso. Porque, aunque él no era correcto para mí en ninguna forma, tenía razón en algo… No era un niño y tenía que tomar sus propias decisiones.
—Espero que cambies de opinión con respecto a eso.
—¿Crees que me debo quedar virgen para siempre? —bufó.
Sonreí con ternura.
—Creo que el sexo y el amor deben estar conectados y que no encontraremos la verdadera felicidad o satisfacción tratando de coleccionar parejas.
Levantó las cejas y me miró incrédulo.
—No estás casado. —Señaló con su barbilla mi mano izquierda, que no tenía un anillo—. Entonces basado en tu teoría, jamás has tenido sexo. ¿Honestamente eso es lo que me estás tratando de decir?
En el instituto me había besado con mi novia, pero nunca llegamos al punto de quitarnos la ropa. Fui más lejos con la chica con la que salí en la universidad. Ambos vivíamos en los dormitorios y luego en nuestras casas de la fraternidad, así que tener tiempo a solas era raro. Sin embargo, hubo unas cuantas noches memorables cuando compartimos nuestra cama y cuerpos en maneras que fueron bastante íntimas, aunque nunca llegamos a hacerlo. La relación más larga que tuve fue durante la escuela rabínica. Duró dos años y fue con la única mujer con la que tuve relaciones sexuales. Nos amamos mucho el uno al otro, pero no era la clase de amor en la que se fundaba el matrimonio. Terminó casándose con el hombre con el que salió antes de mí, y estaban muy felices juntos. Lo último que escuché es que esperaban un bebé.
—No trato de convencerte de nada —dije—. Solo te digo mi opinión. Sé que irás a la universidad y crees que eso significa que debes cruzar cierta línea, pero no es así. El sexo, el amor y las emociones van juntos. Tu cuerpo tiene un cerebro y un corazón —pausé y lo miré a los ojos—. Espero que no los olvides cuando te enfoques en ese órgano de abajo.
Eli salió de mi oficina haciendo una rabieta y no hablamos mucho después de eso. Estaba demasiado ocupado con mi trabajo. Él con sus preparativos para marcharse a la universidad. Y aunque notaba que me miraba, y compartimos varias cenas en casa de sus padres, una vez rechacé su propuesta de sexo, dejó de coquetear agresivamente conmigo.
Ninguno trajo a colación la conversación de sus planes para encontrar a alguien más que satisficiera sus necesidades. Asumí que había logrado hacerlo reaccionar, pero no tuve el valor para verificar. No me tomó mucho tiempo antes de arrepentirme de esa debilidad.