Aquel Que Me Salva Excerpt

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—Más duro, oh Dios, Drew… ¡más duro! —Caleb Lakes colocó las palmas de sus manos contra la cabecera, se apoyó sobre los codos y se preparó para soportar las poderosas embestidas de su compañero de habitación. No iba a resistir mucho tiempo. No mientras escuchaba esos familiares gruñidos de estoy-por-correrme que salían sin parar de la boca de Andrew, mientras su grueso pene lo penetraba con una pasión descoordinada.

Largos dedos sujetaron su cintura, muslos musculosos se acomodaron entre sus piernas abiertas y caderas firmes ondulaban detrás de él. Caleb sabía lo que vendría. El cuerpo de Andrew Thompson durante el sexo le era tan familiar como el suyo. Ese largo cuello perfecto se echaría hacia atrás, cerraría los ojos verdes, abriría sus labios carnosos y esa lengua rosa saldría. Luego Andrew gritaría su nombre y su cuerpo se tensaría mientras su pene pulsaba expulsando su semen.

El solo pensar en Andrew mientras estaba en éxtasis era suficiente para que se corriera.

—Ya estoy, ya estoy, ya estoy —tartamudeó Caleb mientras miraba su pene expulsando semen, se sorprendió con el inesperado y poderoso orgasmo que sacudía su cuerpo.

Andrew apretó sus caderas y logró penetrarlo más profundamente antes de quedarse inmóvil, mientras su orgasmo se apoderaba de él.

—¡Oh, Dios! ¡Sí, sí! ¡Cae! —Andrew colapsó sobre la espalda de Caleb. Aspiró mientras esperaba que su corazón volviera a la normalidad.

La habitación permaneció en silencio excepto por su respiración acelerada, la cual eventualmente se regularizó. Los labios de Andrew rozaron su nuca, Caleb se giró y besó el brazo del otro hombre.

—Me hizo muchísima falta esto —dijo Andrew con voz ronca mientras lo acariciaba con un sentimiento similar a la devoción.

—A mí también —respondió Caleb. Pausó antes de agregar—: Te eche de menos, Drew.

Andrew permaneció en silencio un momento, luego presionó su boca contra su oreja y susurró:

—Sí, yo también. —Descansó sus labios sobre la nuca sudorosa de Caleb e inhaló su aroma antes de dejar besos húmedos sobre su espalda, pasando por su cabello hasta llegar a su oreja—. ¿Y ahora qué hacemos?

 

 

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